martes, 8 de mayo de 2007

Estoy pensando en una cuestión radicalmente distinta la que estoy escribiendo ahora, rogaría que las posibles contradicciones lógicas o las consecuencias perniciosas que se sigan de lo que escribo sean tomadas en cuenta por quienes visitan el blog y por ende las comenten, discutan y analicen. Obviamente, yo responderé gustoso a todo comentario suyo, y probablemente, trate de rebatir sus argumentos.

Pues bien, esta entrada tiene como objetivo refutar la tesis muy recurrente de que el Estado debe asumir una posición moral. Sostengo que la posición del Estado y del discurso oficial del mismo debe ser absolutamente neutra, cuando se trate de la autodeterminación del individuo, lo que implica una asunción de posiciones metaéticas, pero jamás debe intervenir en la vida moral de los individuos sujetos a su potestad.
El caso no es el espinoso problema del aborto, aunque en este país deberíamos tratar de abogar al menos por el aborto terapéutico, ya que ni siquiera eso tenemos (¿acaso la madre, por un azar de la naturaleza también debe morir, señor Medina, aunque el hijo no sobreviva? ¿es eso tan infrecuente, o una aberración tal que Dios no lo permitiría, señor Medina? Dejémonos de payasadas en nuestra legislación, por favor) ni mucho menos el de la eutanasia, aunque esbozaré algo sobre estas materias más abajo. Se trata del «derecho al suicidio», más bien, de la opción de cualquier individuo a autodestruirse. Pues bien, cualquier interferencia a ese derecho del individuo por cualquier motivo asume una posición moral respecto del valor de la vida del individuo, el cual debe estar determinado por el individuo mismo. Sobre eso el Estado no puede intervenir, puesto que por más que el derecho a la vida sea un derecho humano jamás nunca eso conlleva un deber de conservarla, de hecho, si así fuera, no podrían existir la mayor parte de las actividades productivas que la sociedad actual conoce. Pero seamos un poco menos bárbaros en la argumentación. Esto sería más o menos congruente con la despenalización de la asistencia al suicidio también, y el permiso a la opción religiosa de los individuos en lo tocante a su cuerpo. Así, si usted por propia voluntad quiere irse a una comunidad ecológica y no recibir tratamiento médico, y morir a causa de eso, puede hacerlo.
Esto tiene un gran pero: el individuo no puede hacerlo cuando la actividad provoca un daño al Estado, ni cuando involucre los derechos de otro. En ese caso no es ejercicio de libertad ni de autodeterminación (en la medida en que el ordenamiento jurídico otorga libertad, todos sabemos que la libertad no existe, es un invento de los liberales a partir de ideas ridículas del mundo católico) . Además, el individuo debe expresar voluntad (otra vez, en la medida en que esa voluntad sea reconocida por el ordenamiento, la voluntad no existe) respecto a el evento que daña su integridad. No corresponde, por tanto, extender el argumento al aborto (no existen los derechos reproductivos, esas son ideas idiotas de italianas que se dieron cuenta que más se llevaban mirada que otra cosa cuando quemaban los sostenes públicamente) puesto que podría implicar un ejercicio de libertad dañosa o bien podría siginifcar un costo para el Estado; tampoco en los casos de eutanasia respecto de personas inconscientes; menos aún, a favor de la legalización de las drogas duras, puesto que eso genera problemas al Estado. Lo que sí significa en este punto, es la legalización del autocultivo de marhuana, por ejemplo.
Con esto, no se defiende la idea de decadencia moral que afecta a la sociedad. Me parece que esa sola idea concentra una visió rigidizada de la sociedad, que hace referencia a valores trascendentes respecto de la persona humana. Pues bien, en este sentido, el Estado debe ser liberado de la cadena de las normas morales. Los valores morales deben ser discutidos por los individuos como modos de vivir la vida, no como imposiciones unilaterales de decisiones. Eso es una posición metaética, y debiese ser la de un Estado laico y pluralista.