miércoles, 11 de enero de 2006

Esto es sobre un problema jurídico un tanto espinoso, según lo que me han contado, y también según lo que he leído: se trata de la decisión judicial y de cómo se elabora. La verdad es que me parece que toda teoría que se elabore al respecto debe poner los pies en la tierra y determinar conscientemente cuáles son los elementos que se ocupan en ello. Por eso, es que es necesaria una teoría que mezcle el deber ser con el ser: la decisión del juez se hace de una forma, pero quisiéramos que fuera así. Algunos autores, denominados formalistas, dan importancia a que la decisión del juez debe ser pronunciada conforme a derecho en forma estricta, es decir, como Montesquieu diría, el juez sólo sería la boca que pronuncia las palabras de la ley. La teoría contrasta con los hechos: no podemos encontrar de buenas a primeras algo que nos diga que es derecho o no; las palabras, aunque en el ambito jurídico se traten generalmente de vocablos técnicos, siempre pueden interpretarse de forma diversa. Sin embargo, lo correcto sería tratar de saber lo que el juez vaya a determinar por su decisión: los hechos se subsumen para llegar a una conclusión jurídica que finalmente vincula a las partes a hacer algo, con la fuerza monopolizada por el Estado. Pero eso hechos pueden ser analizados de varias formas. Ello lleva a algunos autores a señalar que la decisión judicial es lo que le juez quiere que sea.
Para seguir con el tema, podemos señalar que en suma el juez no podrá decidir un caso de forma totalmente autónoma: siempre tendrá en frente dos pretensiones por parte de cada una de las partes lo que le obligará a decidir en favor de uno o de otro. La justicia es ciega, no ve las consecuencias de sus decisiones y se debe solamente a lo que se determine como derecho. Ello claramente puede llevar a error (si no, vea las consecuencias de aplicar derecho injusto), pero eso es política jurídica. No hay finalemnete decisión justa, sino decisión conforme a derecho, lo que garantiza que todos posean derechos.

sábado, 7 de enero de 2006

Estoy tratando de dar vueltas a una idea muy nítida que vi en un cuadro de un amigo: la idea de que finalmente nadie conoce a nadie y de que nadie logrará conocer a nadie. Esa idea se sustenta como es obvio en una filosofía nihilista, que concibe al hombre como materia y no como espíritu o alma. De tener alma, el hombre poseería un elemento en sí mismo que no cambia y del cual no puede desprenderse, de ese modo, tratar de conocer el alma de una persona significa conocer su ser más íntimo y por supuesto, conocer lo que no cambia. El universalismo moral y el pluralismo moral se apoyan en presupuestos de esta naturaleza, aunque el pluralismo lo hace en forma implícita, ya que no reconoce un alma sino una esencia humana inmutable a través del tiempo, diferenciándola de la naturaleza que sí cambia (por ejemplo, lo que afirma ORELLANA Benado, Miguel, Pluralismo, una ética del siglo XXI). Pero la pregunta es ¿se puede afirmar, sin incurrir en error que el hombre debe ser concebido como una naturaleza cambiante? Una de las afirmaciones más grandes que he escuchado defendiendo este principio es el del progreso moral, que permite tener ahora derechos pretendidamente inherentes a la persona humana, teniendo incluso garantías para poder ser ejercidos sin interferencia alguna más que los derechos ajenos, siguiendo la filosofía liberal. Pero esta filosofía liberal ve estos derechos desde una perspectiva universalista: los derechos son inherentes al hombre. Pero finalmente una reflexión moral se refiere al hombre (excepto Kant y su imperativo categórico para todos los seres racionales), por lo que existe algo que impide que se haga una moral animal, por ejemplo ¿La diferencia entre civilización y barbarie? ¿La existencia del alma? ¿La pretendida esencia del hombre? La verdad es que es imposible dilucidar este concepto.
Todo esto es posible siempre y cuando no se llegue a la conclusión antimetafísica sostenida por los suecos (HÄGERSTRÖM, Axel) y los emotivistas: la moral no expresa conocimiento verdadero y simplemente se trata de expresión de emociones de los interlocutores. De ser así, claramente nadie conoce más que lo superficial, lo banal, lo que en definitiva se lleva el viento.