martes, 19 de septiembre de 2006

Recojo una idea del cuento La Busca de Averroes de Jorge Luis Borges. Esa idea se resume en una idea fundamental respecto de los objetos que acostumbramos utilizar en nuestra vida cotidiana, que es la de la verdad de los objetos como un conjunto de prácticas. No pretendo aquí dar los lineamientos de una filosofía pragmática, que me parece completamente errada en su postura respecto de la verdad como utilidad; sino, bien por el contrario, señalar la idea de que la verdad se configuar mediante prácticas que varían de acuerdo a la utilidad. Para distinguirlo de inmediato, se trata de la idea de que la utilidad es un agente, pero no la definición misma de la verdad.
La idea anterior apunta al hecho de que los objetos se definen desde una doble perspectiva: por una parte, la dimensión de lo que se actúa respcto de un objeto, por otra, la práctica lingüística respecto del mismo objeto. Lo primero es una verdad meramente utilitaria; un objeto se define como tal mediante un conjunto de prácticas que un observador define como similares. Por ejemplo, a través de los distintos modos de relacionarse con un objeto, sea por dejar objetos allí, sea por servir de receptáculo a ciertos adornos, sea porque se puede escribir en una hoja de papel encima de ella, o porque allí se deja un plato y se come, se puede definir a un objeto como 'mesa'. Los usos definen a la cosa, que recibe una denominación verdadera producto de ello. La otra vía es el nominalismo actual, es decir, los objetos se definen mediante la denominación, que configura un conjunto de prácticas, a ello es lo que apunta la noción contemporánea de 'acto performativo', según opinión del autor. Si alguien señala un objeto, porque lo recuerda o lo indica, lo que hace es traerlo a la realidad presente. Con la salvedad, claro está, de que ese objeto sea comprendido por el emisor, lo que es examinado más adelante. El nominalismo actual deja entre paréntesis la verdad, pues las definiciones per se no son verdaderas (el autor del término performative utterance, lo que se traduce por acto perfromativo dice que no pueden ser ciertas o falsas, sino afortunadas o no), sino se definen por criterios totalmente consensuales, hechos institucionales que dependen en último término de consensos sociales para poder valer. Así, árbol es arbre, tree, baum, träd, ağaç, albero, puu, etcétera, según el consenso que usted prefiera. La verdad se diluye en el consenso.
Ahora bien, el problema aquí, es la comprensión por parte del emisor - y del receptor puede agregarse - de lo que se enuncia. Yo perfectamente podría cambiar de consenso y hablar en esperanto, pero muy pocas personas me entenderán. La cita a Borges tiene un doble filo: por una parte, Borges hace surgir a Averroes de su cuento, y Averroes existe en cuanto se le atribuye sentido tanto por el autor como por el lector, pero también Averroes se encuentra con una dificultad fundamental: él no entiende - ni entenderá tampoco, porque no se pueden hacer representaciones - lo que es la tragedia y la comedia. Así, el concepto que quiere sacar a la luz no aparece, y representa una palabra carente de significado. Al carecer de algo en lo que pueda afirmarse, eso no existe. La palabra no refiere a un objeto, sino a una entidad desconocida. El descubrimiento opera de un modo similar, pero inverso: el descubrimiento lo que hace es aprehender una realidad nueva y la incorpora al habla, mientras la incomprensión no añade nuevo vocabulario.
Sobre la idea de qué es el objeto en realidad y qué es la realidad, me pronuncio en otra entrada, de próxima aparición, aunque como sabrá el lector, es en contra.

miércoles, 6 de septiembre de 2006

La belleza de un objeto cualquiera no puede ni podrá ser nunca apreciada en abstracto. Pues bien, la idea de belleza siempre es una idea subjetiva que tiene como parámetro una idea social de lo bello. La belleza, como tal, está compuesta siempre de un factor que es mucho más social, en su determinación, que propiamente interno del individuo. Esta idea es la que voy a atacar en esl presente texto, pues la atribución de sentido a un objeto es siempre una idea subjetiva.
El objeto como tal se define siempre por un individuo, que le da forma. De no existir sujeto, tampoco existe objeto, pues es el sujeto el que determina los alcances del objeto. Asimismo, sin objeto, no existe sujeto, pues la determinación de lo que es sujeto se hace mediante la negación, objetizando ciertas extensiones de materia. Esta objetización es la que da lugar al sujeto. El sujeto puede además, reconocer a nuevos sujetos, mediante un reconocimiento de características similares a las suyas. Este punto no puede ser tratado con extensión aquí, pues corresponde a otra área. Así, el sujeto determina lo que le rodea. La calificación estética respecto del objeto viene dada por una característica adicional que es puesta por el individuo. Esta posición de la característica es la que da origen a la cualidad estética; no es más ni menos que una simple atribución de características. El problema de la atribución se halla en el campo de cómo se efectúa y a través de qué parámetros, pues la atribución, si bien presenta rasgos similares en determinados pueblos y determinados momentos de la historia, siempre es distinta por cada individuo. Bien pudiere decirse mucho sobre el carácter predominante del individuo sobre la sociedad o de la sociedad sobre el individuo en este proceso, pero jamás habrá acuerdo en ello.
La posición que aquí se sostiene es la de que el individuo puede siempre desligarse del contenido social a la hora de atribuir cualidades estéticas a un objeto. La historia del arte es una historia de adaptaciones y de rupturas con el arte anterior, no como evolución lineal, sino como avances y retrocesos continuos. Muchos han sido pioneros y otros retrógrados, pero siempre habrá disparidad de opinión sobre la belleza de un objeto. Por lo demás, si bien la belleza puede y debe ser definida, nunca será un canon estricto que sea universal, porque su carácter es meramente personal.
Para concluir, señalar que la atribución de cualidades estéticas no posee un carácter secundario frente a la determinación de otras cualidades. Al ser meramente subjetiva, la atribución de cualidades estéticas es un hecho humano susceptible de ser conocido por otros, y susceptible de ser discutido.

viernes, 31 de marzo de 2006

Hume habla de la moral en sentido de afección. Afección debe entenderse como afecto a, es decir, sujeto a un determinado elemento o persona. Un ejemplo de ello son los pleitos que se tiene a diario con las personas, generalmente se terminará pensando en la maldad o avaricia o bondad de una persona con la que se traba contacto. La conclusión de Hume es escéptica, aunque no quiera serlo (según Orellana Benado, en sus clases). Yo no veo lo malo en ello. La conclusión deducida por Hume en sus escritos respecto a la moral es verdadera en cuanto se trata de normas autoimpuestas que tiene una jerarquía necesaria. La moral no puede pensarse como elementos universales sin aplicación práctica debido a que no lo son, una ética universal siempre adolecerá de casos límite en los que la aplicación de la norma universal traiga más perjuicio que beneficio. Con ello no estoy adhiriendo necesariamente al utilitarismo, ya que la moral debe comportarse como normas que ordenan una conducta, preceptos que deben aplicarse a casos prácticos como reglas subsumibles.
Por qué ver a la moral como un conjunto de normas es algo más bien sencillo. La moral persigue a las virtudes como objeto, el deber ser del hombre. Si tratásemos de explicar a la amistad de un modo que no fuera como una regla que importa otras reglas de conducta, sería imposible. La afección del ser humano por ciertos objetos explica en gran medida esa incondicionalidad que se expresa en ciertos objetos morales, como el amar al prójimo.
De esa forma logran adquirir un sentio racional algunas cosas que no lo tienen. El corazón tiene sus razones que la razón no comprende, y Pascal no se equivoca en esto.

miércoles, 15 de marzo de 2006

Ciclos y círculos son dos elementos fundamentales para ver el desarrollo del tiempo. La idea de reconstrucción (moral, psicológica, histórica) es uno de los motores del individuo. Sólo una derrota moral muy grande impediría que esa reconstrucción se efectuara. Por eso, la vida del hombre puede verse como circular: todo tiene un inicio y un término, pero ese inicio y término están muy cercanos. Son dos puntos que comparten un linde enorme que los hace casi indistintos.
Esta vez hablaré de la reconstrucción y de cómo es importante. La teoría de la resiliencia habla de algo fundamental: la felicidad, de cómo los seres más infortunados, privados de elementos esenciales para una vida normal pueden ser más aptos para ser felices que los hombres que tienen todo para ganar. Una infancia infeliz no determina una vida infeliz: la reconstrucción moral y psicológica juega un papel primordial en este asunto. Es lo que se podría llamar la lucha por la vida: la carencia se suple con un instinto de superación de ese defecto. La mayoría de las veces las personas que tiene una vida exitosa no logran satisfacer plenamente sus aspiraciones y sienten su vida vacía y carente de sentido. No me pronunciaré sobre si la vida posee un sentido último, eso será tema de otro comentario. Por el momento dejemos en que esa carencia se suple siempre con paliativos que no logran ser un complemento efectivo. La finalidad de la vida se presenta en este entonces. El ideal es un motor demasiado poderoso.
Aún de ese modo es poco nítida la idea del ciclo: pero complementaremos eso diciendo que precisamente las carencias que se han suplido siempre terminan en lo mismo. Nada cambia: siempre sobreveiene el instante último. Pero la vida ha tenido sentido.

miércoles, 8 de marzo de 2006

En la idea misma de la existencia de las cosas está la idea de que éstas puean cambiar. Es un poco la noción de que la materia no se crea ni se destruye, sino solamente logra transformarse. Obviamente, eso puede aplicarse no sólo a las relaciones existentes entre átomos en materia inerte sino también a los sistemas observadores (seres vivos) y aún a los sistemas sociales. La perspectiva obvia es el cumplimiento de finalidades, las que una vez cumplidas o bien hacen que el sistema permanezca latente o bien se desintegre. Cuando la finalidad no es cumplida el sistema pierde su organización interna; sus componentes pierden la cohesión que los caracteriza. No me quiero referir sino a la necesidad interna que surge luego de que las finalidades mismas quedan agotadas luego del ejercicio de la manera propia de solucionar los conflictos. La finalidad que se ve como algo mediato, depende de la consecución de finalidades menores que tienen que ver con la consecución del objetivo último; en este caso, se puede ver a la finalidad del sistema como la consecución ordenada de una cadena de objetivos menores.
Obviamente, eso lleva a conclusiones prácticas. Cuando se agotan las posibilidades en un contexto, ese contexto debe cerrarse y esa posibilidad descartarse. En los contextos sociales de los sistemas observadores humanos, ello se tropieza con un problema enorme: los sentimientos y emociones por lo general derivan en la consabida indeterminación. No es posible pretender que el hombre actúe como máquina. De todos modos, ello sirve como mecanismo de memoria, haciendo que frente a similares características el sistema pueda llegar a resolver de la misma forma y tomar otra determinación.
En estos tiempos es bueno sentarse y reconsiderar las cosas desde este cibernético punto de vista.

jueves, 23 de febrero de 2006

Yo no bailo reggaetón (o como se escriba). Una mezcla torpe de ritmos sin sentido aparente con letras marginales, pero carentes de sentido trascendente. Yo pienso sinceramente que el freudomarxismo es un palo de ciego, ya que finalmente llega a una conclusión muy cierta partiendo de bases demasiado criticables. Su visión del mundo apunta a una comprensión de la realidad psicológica del individuo en el mundo de las comunicaciones: su mente, bombardeada por la publicidad, por las imágenes de televisión, por la letra de la música guarda en su inconsciente elementos sexuales que influyen en una visión de mundo estrecha, que le impide pensar. Se trata del famoso concepto de alienación, la pérdida del sentido de la realidad y, por supuesto, la adopción del sistema que le vende lo que satisface su mente. Es un hombre máquina que trabaja para poder consumir lo que le venden, aun a precios que no puede pagar. Por supuesto que lo que más se vende es el sexo; la idea, según el freudomarxismo, es que el modelo se reproduzca de padres a hijos, perpetuando el sistema. Una de los componenetes esenciales precisamente de la alienación es aquel que dice que el sexo debe convertirse en una adicción, pero no es sexo de buena calidad. En esto sigo a Wilhelm Reich, quien a partir de los estadios de desarrollo del niño explicados en Freud determinó que el hombre contemporáneo siempre está en un punto anterior al desarrollo completo de la sexualidad, por lo que su comportamiento tiende a la consecuencia lógica de una sexualidad de mala calidad y por supuesto al consumo sin restricciones de este "producto". Véanlo si quieren prendiendo un día el televisor. En esto entra el reggaetón. Su estructura ha sido determinada como una reproducción subconsciente del acto sexual; tiende, por lo mismo a que las parejas se desinhiban y tengan relaciones. La respuesta de Reich a esto supone la llegada a una sexualidad sana, lo que implica una pareja única y la fidelidad como opciones de vida. Por eso mismo digo que el freudomarxismo es un palo de ciego. Su conclusión es lo mismo que el mensaje de la Iglesia.

viernes, 10 de febrero de 2006

Hay un problema crucial a la hora de definir en términos serios la posibilidad real de lo que se llama la alternancia en el poder. La alternancia en el poder se refiere a algo tan básico como que se cujmpla la ley del péndulo en política: unos años viramos hacia la izquierda, otros hacia la derecha. Eso es simple y cualquiera pudiere entenderlo, pero en la práctica se comporta de una manera totalmente distinta. La alternancia en el poder significa que los políticos traten de corregir los errores que se han cometido en una administración debido a su incapacidad de ver más allá de los intereses que representan. Ello es perfectamente comprensible; ayuda a la estabilidad democarática y sobre todo mantiene la institucionalidad en funciones y preserva el derecho. Pero ello no significa que siempre sea así. Casos en los que ello no es una verdad demostrada son por ejemplo el sueco, donde la Socialdemocracia gobernó sin contrapesos durante cincuenta años, tras los cuales un gobierno liberal realizó cambios que ahogaron a diversos entes fiscales, y que significaron pérdidas enormes al Fisco. La crisis en el modelo sueco era obvia, pero las medidas derivadas de la alternancia en el poder, necesaria en ese entonces, no pudieron con la crisis.
En el caso de Chile la alternancia en el poder se dará única y exclusivamente cuando ello sea posible. La derecha no es un conglomerado político que sea viable; su estabilidad es precaria y las peleas constantes que hay entre los partidos agotarían un gobierno en poco tiempo. La derecha debe proponer un modelo político sustentable en el tiempo, que permita el desarrollo de nuevos y mejores derechos para los ciudadanos, desde un modelo valórico sin doble discurso - me refiero a que si van a ser buenos cristianos, ello exige que al trabajador se le trate como tal, sin explotarlo - y sobre todo que permita el desarrollo de una política estatal adecuada. Un laissez-faire excesivo sólo traerá crisis más graves para el país en tiempos de recesión, porque el gasto fiscal no podrá financiarse.
Por último agregar que la alternancia en el poder que se da en países como España, en Chile corresponde a una alternancia entre la DC y el PS; en la campaña de Michelle Bachelet eso se advirtió precisamente porque un diputado popular y diputados socialistas llegaron a apoyarla. Ello habla muy bien de la amplia coalición concertacionista y de cómo se da en definitiva la alternancia en el poder, la que también significa que nuevos personajes aparezcan en la escena política, tal como ha aparecido en el nuevo gabinete.

miércoles, 11 de enero de 2006

Esto es sobre un problema jurídico un tanto espinoso, según lo que me han contado, y también según lo que he leído: se trata de la decisión judicial y de cómo se elabora. La verdad es que me parece que toda teoría que se elabore al respecto debe poner los pies en la tierra y determinar conscientemente cuáles son los elementos que se ocupan en ello. Por eso, es que es necesaria una teoría que mezcle el deber ser con el ser: la decisión del juez se hace de una forma, pero quisiéramos que fuera así. Algunos autores, denominados formalistas, dan importancia a que la decisión del juez debe ser pronunciada conforme a derecho en forma estricta, es decir, como Montesquieu diría, el juez sólo sería la boca que pronuncia las palabras de la ley. La teoría contrasta con los hechos: no podemos encontrar de buenas a primeras algo que nos diga que es derecho o no; las palabras, aunque en el ambito jurídico se traten generalmente de vocablos técnicos, siempre pueden interpretarse de forma diversa. Sin embargo, lo correcto sería tratar de saber lo que el juez vaya a determinar por su decisión: los hechos se subsumen para llegar a una conclusión jurídica que finalmente vincula a las partes a hacer algo, con la fuerza monopolizada por el Estado. Pero eso hechos pueden ser analizados de varias formas. Ello lleva a algunos autores a señalar que la decisión judicial es lo que le juez quiere que sea.
Para seguir con el tema, podemos señalar que en suma el juez no podrá decidir un caso de forma totalmente autónoma: siempre tendrá en frente dos pretensiones por parte de cada una de las partes lo que le obligará a decidir en favor de uno o de otro. La justicia es ciega, no ve las consecuencias de sus decisiones y se debe solamente a lo que se determine como derecho. Ello claramente puede llevar a error (si no, vea las consecuencias de aplicar derecho injusto), pero eso es política jurídica. No hay finalemnete decisión justa, sino decisión conforme a derecho, lo que garantiza que todos posean derechos.

sábado, 7 de enero de 2006

Estoy tratando de dar vueltas a una idea muy nítida que vi en un cuadro de un amigo: la idea de que finalmente nadie conoce a nadie y de que nadie logrará conocer a nadie. Esa idea se sustenta como es obvio en una filosofía nihilista, que concibe al hombre como materia y no como espíritu o alma. De tener alma, el hombre poseería un elemento en sí mismo que no cambia y del cual no puede desprenderse, de ese modo, tratar de conocer el alma de una persona significa conocer su ser más íntimo y por supuesto, conocer lo que no cambia. El universalismo moral y el pluralismo moral se apoyan en presupuestos de esta naturaleza, aunque el pluralismo lo hace en forma implícita, ya que no reconoce un alma sino una esencia humana inmutable a través del tiempo, diferenciándola de la naturaleza que sí cambia (por ejemplo, lo que afirma ORELLANA Benado, Miguel, Pluralismo, una ética del siglo XXI). Pero la pregunta es ¿se puede afirmar, sin incurrir en error que el hombre debe ser concebido como una naturaleza cambiante? Una de las afirmaciones más grandes que he escuchado defendiendo este principio es el del progreso moral, que permite tener ahora derechos pretendidamente inherentes a la persona humana, teniendo incluso garantías para poder ser ejercidos sin interferencia alguna más que los derechos ajenos, siguiendo la filosofía liberal. Pero esta filosofía liberal ve estos derechos desde una perspectiva universalista: los derechos son inherentes al hombre. Pero finalmente una reflexión moral se refiere al hombre (excepto Kant y su imperativo categórico para todos los seres racionales), por lo que existe algo que impide que se haga una moral animal, por ejemplo ¿La diferencia entre civilización y barbarie? ¿La existencia del alma? ¿La pretendida esencia del hombre? La verdad es que es imposible dilucidar este concepto.
Todo esto es posible siempre y cuando no se llegue a la conclusión antimetafísica sostenida por los suecos (HÄGERSTRÖM, Axel) y los emotivistas: la moral no expresa conocimiento verdadero y simplemente se trata de expresión de emociones de los interlocutores. De ser así, claramente nadie conoce más que lo superficial, lo banal, lo que en definitiva se lleva el viento.