sábado, 7 de enero de 2006

Estoy tratando de dar vueltas a una idea muy nítida que vi en un cuadro de un amigo: la idea de que finalmente nadie conoce a nadie y de que nadie logrará conocer a nadie. Esa idea se sustenta como es obvio en una filosofía nihilista, que concibe al hombre como materia y no como espíritu o alma. De tener alma, el hombre poseería un elemento en sí mismo que no cambia y del cual no puede desprenderse, de ese modo, tratar de conocer el alma de una persona significa conocer su ser más íntimo y por supuesto, conocer lo que no cambia. El universalismo moral y el pluralismo moral se apoyan en presupuestos de esta naturaleza, aunque el pluralismo lo hace en forma implícita, ya que no reconoce un alma sino una esencia humana inmutable a través del tiempo, diferenciándola de la naturaleza que sí cambia (por ejemplo, lo que afirma ORELLANA Benado, Miguel, Pluralismo, una ética del siglo XXI). Pero la pregunta es ¿se puede afirmar, sin incurrir en error que el hombre debe ser concebido como una naturaleza cambiante? Una de las afirmaciones más grandes que he escuchado defendiendo este principio es el del progreso moral, que permite tener ahora derechos pretendidamente inherentes a la persona humana, teniendo incluso garantías para poder ser ejercidos sin interferencia alguna más que los derechos ajenos, siguiendo la filosofía liberal. Pero esta filosofía liberal ve estos derechos desde una perspectiva universalista: los derechos son inherentes al hombre. Pero finalmente una reflexión moral se refiere al hombre (excepto Kant y su imperativo categórico para todos los seres racionales), por lo que existe algo que impide que se haga una moral animal, por ejemplo ¿La diferencia entre civilización y barbarie? ¿La existencia del alma? ¿La pretendida esencia del hombre? La verdad es que es imposible dilucidar este concepto.
Todo esto es posible siempre y cuando no se llegue a la conclusión antimetafísica sostenida por los suecos (HÄGERSTRÖM, Axel) y los emotivistas: la moral no expresa conocimiento verdadero y simplemente se trata de expresión de emociones de los interlocutores. De ser así, claramente nadie conoce más que lo superficial, lo banal, lo que en definitiva se lleva el viento.

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