miércoles, 8 de marzo de 2006

En la idea misma de la existencia de las cosas está la idea de que éstas puean cambiar. Es un poco la noción de que la materia no se crea ni se destruye, sino solamente logra transformarse. Obviamente, eso puede aplicarse no sólo a las relaciones existentes entre átomos en materia inerte sino también a los sistemas observadores (seres vivos) y aún a los sistemas sociales. La perspectiva obvia es el cumplimiento de finalidades, las que una vez cumplidas o bien hacen que el sistema permanezca latente o bien se desintegre. Cuando la finalidad no es cumplida el sistema pierde su organización interna; sus componentes pierden la cohesión que los caracteriza. No me quiero referir sino a la necesidad interna que surge luego de que las finalidades mismas quedan agotadas luego del ejercicio de la manera propia de solucionar los conflictos. La finalidad que se ve como algo mediato, depende de la consecución de finalidades menores que tienen que ver con la consecución del objetivo último; en este caso, se puede ver a la finalidad del sistema como la consecución ordenada de una cadena de objetivos menores.
Obviamente, eso lleva a conclusiones prácticas. Cuando se agotan las posibilidades en un contexto, ese contexto debe cerrarse y esa posibilidad descartarse. En los contextos sociales de los sistemas observadores humanos, ello se tropieza con un problema enorme: los sentimientos y emociones por lo general derivan en la consabida indeterminación. No es posible pretender que el hombre actúe como máquina. De todos modos, ello sirve como mecanismo de memoria, haciendo que frente a similares características el sistema pueda llegar a resolver de la misma forma y tomar otra determinación.
En estos tiempos es bueno sentarse y reconsiderar las cosas desde este cibernético punto de vista.

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