domingo, 30 de septiembre de 2007

Aprovechando que este fin de semana estoy estudiando algo de proceso penal, y de los órganos encargados de la persecución criminal, me aventuraré con una materia relacionada, y que además tiene un contenido de actualidad bastante reciente: me refiero a las bandas que operan en los sectores periféricos de la ciudad de Santiago. Probablemente no sólo las haya en Santiago, pero no conozco tan a fondo la realidad del resto del país como para comentar su situación, si bien entiendo que podría aplicarse lo que sigue a todo ámbito.
Nuestra sociedad, muy influida por los medios, ha visto cómo surge una especie de crimen organizado, que aprovecha cierto tipo de fechas para cometer crímenes, saquear, robar, incendiar neumáticos en la vía pública, y por cierto, disparar. Uno de esos disparos le costó la vida a un funcionario público, el carabinero Vera, muerto en servicio durante la jornada del 11 de Septiembre. La persecución criminal se orienta entonces a contener a estos maleantes, a despojarlos de sus armas, a desarmar a los grupos que estén organizados. La prensa dio cuenta inclusive de la existencia de fusiles M-16 entre el armamento en poder de estos grupos.
Sin embargo, la persecución criminal será de poco efecto; muchos apuntan inclusive a establecer toque de queda; otros, a sacar al Ejército para combatir a estos grupos. Se trata de torcerles la mano a cualquier costo. Explico desde ya que un toque de queda, o sacar al Ejército significa la guerra, una guerra civil urbana que sólo significará una espiral de violencia innecesaria. Está bien que no se puedan tomar las vidas de los ciudadanos, para eso existe el sistema penal, pero otra cosa muy distinta es enfrentarse a ellos tomando medidas de seguridad propias de un estado de sitio. Me huele a dictadura y a opresión.
Deberíamos atender a las raíces del fenómeno: un sistema político cerrado, que obedece a una ley claramente contramayoritaria, que genera parlamentos de dudoso valor democrático, que genera leyes ciegas, que no atienden a los problemas en su base. La respuesta no está en más policía; por más que se crean cosas en contrario, los delincuentes se generan en sociedad, por defectos de construcción de la misma. No hay delincuentes natos, de haberlos, nuestro sistema penal fracasaría por completo puesto que serían inimputables (lo hicieron obligados por sí mismos, no está la base del libre albedrío que es clave en el sistema penal moderno, exceptuando el derecho nacionalsocialista, por cierto). Nuestro parlamento no ve que el problema está en la marginación del sistema educativo, en el hacinamiento, en la pobreza mental en la que sumimos a estos individuos. Tenemos un sistema que no tiene más horizonte que el del propio barrio. Lo que vemos en la quema de neumáticos, en los disparos, en las protestas violentas no es más que una expresión de angustia en una sociedad dividida. Si ponemos el acento en tratarlos como delincuentes, en burlarnos de ellos como se hace en los comerciales, si les tenemos miedo y los tratamos como peligrosos lo que hacemos es criar a más de ellos. Tendamos una mano y crezcamos como país, eso sí nos llevará al desarrollo.

2 comentarios:

Carlo dijo...

A la gente así, hay que darles la otra mejilla, es lo único que podemos hacer.

Tal vez nunca cambien, pero al menos nos iremos con la conciencia tranquila.

Carlo.

Averroes dijo...

No se trata de ofrecer la otra mejilla. Se trata de ofrecerle posibilidad a las generaciones que están en ciernes una ventana y construir una sociedad más justa.